Mal, pero acostumbráu

Quiso tomar el último sorbo de mate, pero lo escupió, porque ya estaba frío. Claro: se había quedado pensativo un rato largo, sin poder creerlo. Se levantó de la cabeza de vaca que le hacía de asiento, y decidió enfilar para el rancho junto a su compañero de toda la vida. A lo lejos, los loros lo divisaron pero decidieron no decirle nada. Esta vez lo iban a dejar tranquilo, porque ya se habían enterado, hacía un rato nomás.
Caminó y caminó, pensando, siempre en silencio. A lo sumo meneaba ligeramente la cabeza, como quien está contrariado, indignado. Triste. Su compañero lo seguía unos pasitos más atrás, sin hablarle, como para no molestarlo. Al fin y al cabo, no tenía nada que decir. Justo ellos, que se la pasaron conversando durante más de 30 años, pelearon contra los indios y hasta mataron a un basilisco.
Al llegar a la puerta del rancho, miró para atrás y contempló el paisaje pampeano, su escenario de toda la vida. Hizo una recorrida con la mirada y entró. Ya se estaba poniendo el sol.
Se sacó las alpargatas y se acostó en el catre. Recién ahí abrió la boca, para decir apenas algunas palabras. “Venga, Mendieta, acurrúquese acá en el piso, cerquita nuestro. Y usted, Eulogia... Venga, abráceme. Esta noche tenemos que dormir abrazados”. Después de un rato, Inodoro se durmió, por fin.
Cuando salió el sol, ya no quedaba nadie en el rancho.
Caminó y caminó, pensando, siempre en silencio. A lo sumo meneaba ligeramente la cabeza, como quien está contrariado, indignado. Triste. Su compañero lo seguía unos pasitos más atrás, sin hablarle, como para no molestarlo. Al fin y al cabo, no tenía nada que decir. Justo ellos, que se la pasaron conversando durante más de 30 años, pelearon contra los indios y hasta mataron a un basilisco.
Al llegar a la puerta del rancho, miró para atrás y contempló el paisaje pampeano, su escenario de toda la vida. Hizo una recorrida con la mirada y entró. Ya se estaba poniendo el sol.
Se sacó las alpargatas y se acostó en el catre. Recién ahí abrió la boca, para decir apenas algunas palabras. “Venga, Mendieta, acurrúquese acá en el piso, cerquita nuestro. Y usted, Eulogia... Venga, abráceme. Esta noche tenemos que dormir abrazados”. Después de un rato, Inodoro se durmió, por fin.
Cuando salió el sol, ya no quedaba nadie en el rancho.

1 Comments:
Muy bueno Ale
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